La formación como herramienta de decisión laboral
La principal reivindicación de las personas en su ámbito laboral debería ser la formación. Haciendo un análisis objetivo de las cosas que a un individuo le aporta el trabajo, seguramente no hay un valor superior a eso.
Los datos estadísticos de 2017 que vinculan paro y formación, tomando como referencia el Instituto Nacional de Estadística (INE), nos lo corroboran de forma objetiva: las personas sin estudios tienen el doble de probabilidades de estar en situación de paro que las personas con estudios secundarios superados y cuatro veces más que estar en situación de desempleo que las personas con estudios superiores.
Justamente, en situaciones de crisis, se ponen de manifiesto aún más estas proporciones, que basculan en contra de las personas con poca formación.
Es curioso pues el hecho de que en muchas negociaciones entre trabajadores y empresa la formación no ocupe un lugar de máxima prioridad, dejando todo este espacio a las percepciones salariales. Seguro, tener una formación consistente y actualizada dé a los individuos muchas más posibilidades de alcanzar una percepción salarial mejor.
La formación no acontece pero sólo una necesidad para las personas para huir del paro, sino que colabora en la vertebración de una trayectoria profesional donde el individuo también toma decisiones. El camino dentro del trabajo no es arbitrario ni azaroso, sino que responde a criterios seguramente aún más complejas que el binomio «tengo trabajo/no tengo trabajo». La formación nos permite la posibilidad de participar de estos criterios y nos permite un rol activo.
No nos imaginamos que el valor de la formación sólo se corresponde con los niveles más superiores del ámbito laboral. En los últimos años de cierre de empresas, ha sido habitual ver trabajadores desesperados porque no podían recuperar certificados o diplomas de formación que se habían olvidado de pedir, por ejemplo en el mundo de la construcción o del metal. Esta formación les abría puertas en otras empresas y mantenía su valor, incluso finalizada su anterior etapa laboral.
Otra cosa es querer, poder y saber formarse.
Decimos querer porque existe muy a menudo una baja percepción de los beneficios de la formación. Nos da más satisfacción enviar un mail rápidamente o dar respuesta a un cliente que esperar un rato para participar en una formación que posiblemente mejore la calidad de las dos acciones citadas.
Decimos poder porque la formación requiere un tiempo que hay que disponer y que seguro es disponible, siempre que el trabajador le dé la importancia que precisa. Si se quiere hacer formación, está más que demostrado que se puede hacer. En la actualidad incluso hay una gran oferta de formaciones a costes muy bajos que están poniendo al alcance el conocimiento a todos los bolsillos.
Decimos saber que la formación presenta muchas opciones en la actualidad de metodologías, niveles, ubicaciones y esto, que podría ser un elemento positivo, deviene perjudicial sino se hace una buena elección sobre todo metodológica en función de las propias necesidades y posibilidades. Es necesario hacer una buena búsqueda de las opciones para una formación concreta.
En fin, como se dice al principio, la formación es una herramienta y se puede usar en varias direcciones, el caso es tenerla. Asimismo, todo cambia tan rápido que la herramienta debe ir alimentándose, con un sentido nada finalista, sino adaptativo. Formación y ámbito laboral han de estado conectados.
Preguntarnos si nuestra formación está respondiendo a los retos que me puedo encontrar mañana al trabajo es un buen inicio.
Vicenç Tamborero Viadiu
Coordinador de BTC
Doctor por la UAB